Dicen que cuando uno llega a la vejez el día a día se hace eterno y la soledad insufrible.
No se si eso será cierto, porque aún no llegué a esa etapa, pero lo que si puedo asegurarte es de que cada vez más, me doy cuenta de que hace falta más amor y más silencio.
Actuamos deprisa, imponiéndonos responsabilidades, una tras otra para evitar ese acallado momento en nuestro día a día.
Nuestro móvil no deja de enviarnos notificaciones, nuestra mente no deja de enviarnos pensamientos y nosotros, no nos dejamos ser y ya está, sin mayores pretensiones.
Me incluyo en todo esto porque lo reconozco, estoy en el ajo.
Aunque cada día tengo la intención de permanecer en lo esencial, nunca lo consigo por más de un rato.
Puedo despertarme temprano y comenzar el día meditando, pero después, llegan los desayunos desenfrenados, el corre que te corre para llegar a tiempo al cole, los recados varios, las conversaciones banales y los conflictos en carretera.
Estoy jugando al juego.
Al juego de los problemas, de la productividad o del encajar. Al juego de “ser buena madre”, “ser buena pareja” o “ser buena empresaria”.
Y a fin de cuentas, me observo en ello y pienso “¿qué haces?” o más bien.. “¿qué pretendes?”.
Busco el silencio como un bálsamo que calme todo ese ruido mental y aunque sea por unos minutos, salirme del juego.
Imagino que cuando llegamos a viejitos, nos incomoda ese silencio porque ya nos acostumbramos a vivir anestesiados.
A estar en constante entretenimiento. Ya sea agradable, o desagradable, nos adaptamos a eso.
Debemos estar muy enfermos para adaptarnos a algo así.
Adaptarnos a pasar rato frente a una pantalla embobado. O a enredarnos en una idea de que tenemos prisa por algo. ¡O incluso adaptarnos a estar enfadados por un mal comentario!
Pero nos mantiene entretenidos y alejados de ese silencio que tanto nos revela.
Es un fastidio escucharse porque a veces uno se muestra heridas que había cubierto con alguna gasita modesta.
Más tarde o más temprano, ese esparadrapo deja de funcionar y cae la gasa dejando tu herida al descubierto.
Puede que sigas viviendo sin darte cuenta de que estás sangrando, o puede que la atiendas.
Suelo elegir lo segundo, aunque obviamente, es más molesto que dejarlo sangrar a su ritmo. ¡Qué le hago si me gusta jugar a ser doctora!
Interpretando y observando, mutación sin miedo
La verdad, es que siempre me gustó interpretar. Desde muy niña jugaba a “los papás y las mamás”, a “ser la profe” o incluso a “presentadora del telediario”.
La verdad es que también me encantó el silencio. Me recogía para escribir, para el disfrute de la contemplación o mientras lloraba bajo las sábanas.
Entonces, llegada a este punto sólo puedo decir que decido conscientemente jugar y me permito sin culparme pasar mi tiempo retirada de ese juego, en completo silencio y en plena comunicación con lo que soy, con lo que es.
Pregunta curiosa, ¿cuánto tiempo te das para escuchar el silencio?
Pregunta metafísica, ¿dónde se escuchas el silencio, dentro o fuera de ti?
Sin más, te deseo mucho amor para tu día y me despido hasta la próxima.
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